Por increíble que parezca, el domingo me salté mi norma dos veces. Después de la relativa desilusión que supuso la exposición de Mucha decidí que debía intentar repetir la experiencia, pero completamente al revés. Así fue como Ródchenko resultó elegido, un poco al azar: un artista cuyo nombre me sonaba vagamente después de varios años en la Facultad de Humanidades, un comisario de exposición misterioso y un emplazamiento mágico, el equipo perfecto para descubrimientos de última hora un domingo por la tarde.
From Rodchenko
Esta vez tomé la precaución de ir una hora antes del cierre para prevenir el tener que sacar el paraguas otra vez para defenderme de los demás visitantes. Pero, curiosamente, aquí no hizo falta. Y es que esta exposición resultó cumplir perfectamente con su cometido y ser diametralmente opuesta a su compañera de mañanas:
From Rodchenko
Varias paredes trazando un zig-zag fueron mi primera alegría de la tarde, seguidas por un público bastante más serio –y joven. Pero mi júbilo no estaba destinado a quedar aquí… porque los carteles estaban en tres idiomas!
From Rodchenko |
Hasta los textos introductorios de cada sección estaban traducidos a lo grande:
From Rodchenko
Pero pongámonos serios, que la ocasión lo requiere. Esta exposición, como la anterior, estaba dividida en varios grupos que, a su vez, estaban ordenados cronológicamente –por supuesto, porque la naturaleza de la obra de Ródchenko lo permite. Cada sección tenía su propio texto introductorio, igual que en la exposición de Mucha, pero esta vez el contenido revelaba información mucho más valiosa. Y para muestra un botón: he aquí el texto que introducía la fase constructivista del artista:
El término «constructivismo» nace en Moscú en 1921 en el marco de los trabajos colectivos, debates y exposiciones del Instituto de Cultura Artística (Injuk), que aglutinaba a pintores, escultores, arquitectos, críticos y teóricos, y donde se gestó una nueva manera de ver el arte: la «construcción» (en tres dimensiones) debía sustituir a la «composición» (en dos dimensiones), es decir, al cuadro de caballete.
Ródchenko se había adherido con entusiasmo a la nueva idea cuando se convirtió en uno de los organizadores del Grupo de Trabajo de los Constructivistas en el Injuk de Moscú. A partir de ese momento relega sus exploraciones puramente artísticas al papel de «trabajo de laboratorio» y extiende sus experimentos sobre la manipulación de las formas tridimensionales al entorno real con la participación en la producción industrial de objetos de uso cotidiano.
Magistral. De manera críptica se le da al espectador una visión global del panorama artístico así como de la implicación del artista en el mismo. Siempre había pensado que las paredes con grandes textos eran un poco inútiles, que poca gente los leía y que en realidad, para qué leerlos si de ellos se extraía más bien nada. Pero no, esta vez valía la pena –y mucho.
Otro de los detalles que me enamoró (y que también había podido ver ya en Duchamp, Man Ray, Picabia) es la idea de intercalar frases del artista que llenen de sentido una obra o grupo de obras. Este fue mi favorito, en el que la obra que veis va acompañada de la siguiente frase: «Este trabajo en concreto es interesante, ahora mismo, sobre todo por su dimensión histórica. Por primera vez la pintura entra en el espacio real».
From Rodchenko
Así que… bueno, quizá después de esto deba plantearme reformar mi norma. Quizá los domingos solo son un mal día para las grandes exposiciones, aquellas a las que la gente va por poder decir que ha ido (queda monísimo el lunes por la mañana en la oficina con el café: “sí, ayer estuve viendo a Mucha”). Quizá los domingos son el día perfecto para ir a ver aquellas que son poco conocidas, que no prometen mucho. Aquellas que, tras su modestia, esconden una joya de las que antes os hablaba.
Puntación en la escala M de exposiciones: 8 sobre 10